2016 – Nota publicada en Diario Perfil 15-9-2013

El tiempo ciega. Sucede a la velocidad de la luz y de los bits. Cuando abras los ojos será enero de 2016, año del Bicentenario de la Independencia. Si todo sigue como va, tendremos nuevo presidente de la Nación, nuevo gobernador de la provincia de Buenos Aires y nuevo jefe de Gobierno de la Ciudad, además de otros gobernadores, diputados y senadores. Un país a estrenar.

Sin embargo, la lengua política de la última ola del siglo veinte lame todavía las costas del veintiuno en su segunda década. El aliento a pescado podrido y la humedad de esa saliva se derrama en falsos relatos. Nombres de tipos que han hecho mucho daño escupiendo odio y violentando la convivencia –de López Rega a Firmenich, de Manzano a Kunkel, de Aníbal Fernández a De Vido y tantos más– se agotan en el intento de retrepar la cuesta de la cultura que viene y, afortunadamente, se los tragará la arena para siempre.

Adelantar o retrasar el tiempo es siempre un ejercicio que quiebra la relación con el presente y la parte en pedazos. Mirarse, en este caso, desde ese “otro siglo” que comienza tarde –aunque sólo sea un pestañeo lo que nos separa de esos años–, provoca cierto vértigo porque nos vemos a la vez, parafraseando la letra de un tango conocido, en “la vergüenza de haber sido y el dolor de lo que nos va a costar ser algo mejor”.

Puestos en modo “esperanza”, no está mal reparar, en el amanecer, que el día será largo, pero comenzará sin varios de esos tipos. Procesados y condenados, si fuera posible en algunos casos –Jaime, Schiavi, Cirigliano, Boudou, Báez–. No todos los que deberían, pero sí todos apartados, inútiles, despreciados. A cada paso, ante cada dificultad en la reconstrucción, hay que recordar que, al menos, ellos ya no estarán allí.

Criminales, corruptos, vividores del Estado y del dinero público, le han robado el tiempo y la vida a mucha gente, pero al fin alivia saber que ya nadie, nunca, los tendrá en cuenta por nada de lo que hagan o digan. Con ellos es probable que se olvide también una parte de nosotros, de lo que nos dividió y nos hizo enfrentar en peleas absurdas, confusas, casi callejeras, de dibujo animado, donde no se distinguen brazos ni piernas y el montón gira y los que estaban a la izquierda acaban a la derecha y al rato vuelven a girar.

Pero otra parte nuestra también queda en la memoria. Estaban ahí, estuvieron ahí –Videla, Galtieri, Martínez de Hoz, Menem, De la Rúa, Ruckauf, Duhalde, los Kirchner–, porque sectores mayoritarios de la sociedad apoyaron, callaron, temieron, fueron cómplices o consumieron: “Plata dulce”, “deme dos”, “uno a uno”. Menem heredó “la renovación” en los 80 y el kirchnerismo se sucede ahora en el “Frente Renovador”. Todo es, hasta ahora, una versión de “perolomismo”. La única novedad fue la gente en las calles, conectados por la red y por la indignación cuando se reveló la mentira, la corrupción, el robo a mansalva, sus consecuencias en pérdidas de vidas y, al fin, “la estafa ideológica”, como bien la define Tomás Abraham.

Vuelta ahora la mirada hacia el futuro, si después de estas luchas, de la incesante “guerra civil” encubierta que sostenemos desde hace casi un siglo, con un saldo de cientos de miles de muertos y de otros tantos muertos en vida, batallas salvajes que libramos para imponernos unos a otros supuestas verdades absolutas, atajos mágicos, probadas y fracasadas todas, si en una tregua, si en un alto el fuego, si en un “Congreso de Tucumán” como aquél de 1916, nos dieran la oportunidad, a cada uno, de recrear el momento tratando de responder a las preguntas íntimas desde el fondo de la conciencia, sin hacernos “trampas al solitario”, ¿qué decidiríamos?

¿De qué, de cuáles de nuestros fracasos, de nuestras creencias, de nuestras miserias, deberíamos independizarnos ahora para comenzar a disfrutar de la libertad de crear algo nuevo y mejor, de construir, de pensar por nosotros mismos?

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